domingo, 2 de octubre de 2011

CONCEBIDA INMACULADA


La pequeña hija del coronel fue embalsamada. A los 19 años exactamente su tumba ha sido objeto de ultraje mientras las tropas que dirige su padre han perdido toda esperanza de reconquistar la tierra que la vio nacer. La causa de las serpientes profana sus senos impúberes. La madre se convierte en una tempestad de fuego cuando cae la noche, un incendio que hay que sofocar y mantener a la vez. Los soldados doblan paños fríos sobre su frente al toque de queda. Ella sigue bordando cintas de organza para los trajes de domingo. Su ira se llaga por el desamparo del esposo. A las primeras señales del amanecer, el rostro de su hija derrite la pátina de la traición. La madre seda la ansiedad con píldoras para el grito. Su boca está en llamas. Se desviste con los ojos en las manos. La ballesta atraviesa el ajuar apolillado por la oscuridad de la tragedia. Soldado, tu misericordia será la puerta franca hacia mi quebrantada fe. Espera el trueno que desflore el azahar de mi traje nupcial. He dejado las arras en el guante del cetrero. En la inmensidad del deseo, mi fruto aún alimentan a los malnacidos. Espera, digo. Déjame acunarte a cambio de tu levísima muerte. El padre escribe una nota a su mando superior en el despacho antes de vaciar el cargador de su pistola: La locura es capicúa. La pequeña niña del coronel no quiere despertar. Un batallón de libélulas custodian la púrpura de sus labios. Sobre el corazón incorrupto, un halcón yace inerte con las alas extendidas.