domingo, 24 de noviembre de 2013

CUENTO DE OTOÑO


Desde el principio de los tiempos, el amo del lobo hizo lo imposible para no dejarse ver. Mandaba cada noche una cuadrilla con sus mejores sementales para avivar la sed de las doncellas bajo sus camas mientras dormían. Esperaban el instante en que la voluntad bajara el telón en el intermedio de la razón para sacudir sus patas y meterles el hocico en la garganta y pararles el corazón y la aguaviva de las pesadillas antes de caer al imperio del deseo.

Otras veces, adiestraba un epílogo en medio del bosque donde los mayores buscaban setas en otoño. Sabía perfectamente donde morder. La yugular acababa confundiéndose con las raíz de un árbol. Pero el amo iba por detrás y organizaba un festín por todo lo alto con los solteros del reino. La sangre de la memoria oxidaba las cadenas. Era lo único que nunca pudo dominar. Caperucita, por aquel entonces, aún no estaba inventada. Ni el antídoto que emborrachaba la manzana del engaño. Ni la anestesia. De hecho, no hay perdedores en este cuento. Sigue tú. Escribe que la rabia es un postre caducado en el contenedor del recuerdo. El lobo es una especie protegida...los otros lobos.

(Imagen de John Everett Millais. 1.864)