miércoles, 16 de noviembre de 2011

PARÉNTESIS


Mientras llega, me tumbo en el sofá. Imagino que estoy en cualquier parte, sin paredes, sin cuadros o libros, sin viejos objetos de recuerdo elegidos por otras manos. Me gusta pensar que no estoy aquí (sin paredes, sin viejos objetos de recuerdo elegidos por otras manos,…), sino en un espacio que sólo existe ahora y que podría sentir como auténtico. Acaso antes tuve demasiadas caricias, demasiados ojos mirando a los míos. Tantas promesas como esperas bajo la bofetada del frío en una parada de autobús. Los justos "te quiero" correspondidos en la inercia de la educación o el sabor a beso en un banco. Tiene gracia –o ninguna- porque no hace mucho pasaba con prisas por delante de dos jóvenes amantes en ese mismo banco. Los míos tenían olor a escapada, a escondite, a ponte los tacones y luego corre sin ellos porque no llegaba a la hora establecida a casa (quien no ha percibido el aroma ante un obrador de pan está condenado a ser la rueda de un triciclo). El ansia no tenía carnet de identidad. No sabía más que estar, sostenerme, aprender a corresponder en un hotel que hacía la vista gorda a fechas ilegales. La ilusión entonces era el rastro de una pastilla de jabón de azufre, naranja como un amanecer prohibido. Los colchones tirados sobre el suelo, los mosquitos -empachadas sus barrigas de sangre sin revancha-, las pegajosas despedidas, los adioses insomnes. Todo mi cuerpo era una ofrenda, una fiesta…sus cuerpos también eran perfectos. Yo no era consciente del mío. El desnudo aguardaba pacientemente en la ceremonia ancestral del encuentro. La antesala de nuestras mentes se llenaba de inimaginables prodigios perturbadores. El desorden era bello en un cuarto de baño tras la batalla, entre la paz celestial de las toallas y las sábanas revueltas. Pienso que todo fue una celebración fuera de juicio, simplemente porque no teníamos ninguno. Éramos cuerpos que se consignaban hasta el “mañana más”. Mi mayor regalo fueron todos esos ojos buscando la profundidad de la nobleza. Pero acaso, sólo quizás, hacía frío, mucho frío. Ahora pienso que estoy aquí, cubierta por una manta del color de esa alborada, repetida y sobornable como siempre. Pura e insufriblemente hermosa, pero tan manoseada ella que ya ni sé si esto sólo es lo que estaba imaginando: Mejor espero mientras llega.