miércoles, 9 de octubre de 2013

VENA MÍA

La culpa la tiene mi doctora. Y el asco. Y mi cepillo de dientes que provoca la arcada matutina. Y él y su cajón de la cómoda con su medallita de comunión de oro. Y sus corbatas enfundadas en bolsas de la tintorería. La culpa la tiene la pena y lo poco que me deja para pensar en otra cosa que no sea la lista de la compra cuando al dolor se le hace la boca agua. El pollo y sus virtudes acrobáticas en la sartén. El boquerón frito y la sardina al horno. Sus cartas bancarias sobre el mantel de la depresión y mi quiebra intestinal. Mi casa huele bien a pesar de todo. Aún conserva el vaho del amor en el techo. Cada mañana esquivo al duelo el contorno de un ángel en los azulejos de la cocina. Cada noche acaba estrellándose en un vaso rojo. No duele. Necesito que me haga llorar en vena. Morir por esto sólo te asegura una buena incineración y una coral de plañideras de serie. ¿Por qué callan los hijos de Olot? ¿A quién temen? Esta cuarentena de vida no es vida. Odio la fluoxetina. Me queda grande de sisa y de orgullo. La doctora tiene razón: Nadie merece ser notificado en el olvido. Hay que andar de nuevo. No lleves adornos, ni piel ni ropa. Corre. Corre hoy detrás de otro ángel, maldita sea. Que te señale el sitio donde mejor paguen el oro por miligramo de felicidad. Que alguien perdone a los que crean en tu inocencia.. Vendo medalla de un infante con fin benéfico. La libertad no es tan cara como piensan. Pero a veces da mucho asco.