sábado, 29 de octubre de 2011

LA NOCHE MÁS CORTA

Para pasear la noche hace falta al menos un cuerpo alegre. Este amanecer no existe, tú y yo lo sabemos. Nos contamos los pasos y las miradas. Es necesario que uno ame la tierra y se desnude en el verbo. Nuestras manos se buscan en la tibieza del otoño. Sabemos hacer el amor al firmamento a través de un roce preciso. Caminamos y nos sobran los textos sagrados. La ciudad nos abre de luces verdes, pero aún no es hora de despedidas. Aquí tienes mi cuerpo florecido en tristeza. Estamos rotos, intermitente confusos como los párpados semiabiertos que retienen la línea entre la vida y la muerte. Podríamos escribir un adagio consonante entre bambalinas. No hay efectos especiales, sólo glosas chinescas en el perfil de dos almas. Cúmplase la voluntad del buscador de sombras. Yo no sé decir porque vengo de la pregunta, pero somos felices en el andar inexorable que nos lleva al adiós. Las hojas detienen el éxodo sobre nuestros corazones de marfil. Cómo puede ser que la noche se conforme, que no dure más que una melodía nocturna y las sábanas la arropen como si todo hubiera sido un sueño?. Hoy aún no ha amanecido. Tú o yo, quizás, seamos la mano zurda que escribirá el primer verso. Cae el telón. Buenos días.

martes, 18 de octubre de 2011

AZUL, CIELO


No puedo hacerme cargo de ti, cielo. No puedo atender siempre la comida y que no se me peguen las lentejas. Ni colgar la ropa y sacudirla antes para que no quede la marca de las cuerdas. No me gusta hablar con el portero de cómo nos va cada mañana. Los asuntos comunitarios, la vecina quejosa por los ladridos del perro. Es temprano y hago café para la casa que habito contigo. Ventilo de polvo y ausencias nuestro dormitorio y hago la cama. Plancho el suelo blando para tus desvelos para que no me desveles. Recojo tus migas, tus monedas esparcidas en la mesilla de noche. Construyo un continente en una caja de caudales que es en realidad una botella de litro y medio de leche. Son ahorros para los días en blanco. Se me olvidó apuntar, por cierto, que hay que comprar leche y pasta de dientes para sonrisas sensibles. Y café, y tu gel preferido y esos filetes de corte fino de ternera que tanto te gustan empanados. A todo esto, cielo, casi olvido un verso. Lo anoto en la lista de la compra. No es nada, ya sabes, tonterías mías. ¿Te he dicho que he visto una gaviota?. Qué importa. Hay espacios azules entre los dos. A veces, suceden estas cosas. Debo cuidar las notificaciones personales. O se quemarán como las lentejas en una olla exprés. Aunque yo añore el tacto soluble de tus dedos.

domingo, 2 de octubre de 2011

CONCEBIDA INMACULADA


La pequeña hija del coronel fue embalsamada. A los 19 años exactamente su tumba ha sido objeto de ultraje mientras las tropas que dirige su padre han perdido toda esperanza de reconquistar la tierra que la vio nacer. La causa de las serpientes profana sus senos impúberes. La madre se convierte en una tempestad de fuego cuando cae la noche, un incendio que hay que sofocar y mantener a la vez. Los soldados doblan paños fríos sobre su frente al toque de queda. Ella sigue bordando cintas de organza para los trajes de domingo. Su ira se llaga por el desamparo del esposo. A las primeras señales del amanecer, el rostro de su hija derrite la pátina de la traición. La madre seda la ansiedad con píldoras para el grito. Su boca está en llamas. Se desviste con los ojos en las manos. La ballesta atraviesa el ajuar apolillado por la oscuridad de la tragedia. Soldado, tu misericordia será la puerta franca hacia mi quebrantada fe. Espera el trueno que desflore el azahar de mi traje nupcial. He dejado las arras en el guante del cetrero. En la inmensidad del deseo, mi fruto aún alimentan a los malnacidos. Espera, digo. Déjame acunarte a cambio de tu levísima muerte. El padre escribe una nota a su mando superior en el despacho antes de vaciar el cargador de su pistola: La locura es capicúa. La pequeña niña del coronel no quiere despertar. Un batallón de libélulas custodian la púrpura de sus labios. Sobre el corazón incorrupto, un halcón yace inerte con las alas extendidas.