sábado, 20 de octubre de 2012

TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO

 

 





“Las olas llegan y vuelven a llegar, no paran, insisten, son metáfora de la vida. De las putadas de la vida, del despertar para volver a dormir. Del nacer para volver a morir. Hay caricias, abrazos, palabras, llantos, frases que envuelven todos los pasados. Victorias que obligan a empezar, derrotas que obligan a continuar, espacios que no se volverán a pisar y sin embargo uno queda allí. Personas que quedan en uno, en lo más profundo.
Y se espera, es la ilusión de encontrar la ola.”
(Justo Mon. Aventuras de un surfista punk, 43)


En la unificación de las ausencias, hay un mar que se niega a devolver las flores acariciadas bajo el silencio de las lágrimas de Lorenzo. Dices que la mano de tu madre toca tu frente y se abre de nuevo  la posibilidad de traspasar el límite de lo eterno. Hablas de la resaca de la vida mientras salinizas la red del pescador de naipes tomando a sorbos pequeños el orujo de las mañanas. La sed de grial enmudece a las muchachas de la orilla ante tu desnudo argonauta de vanguardia colorista. Lleva un curso de retraso esta muerte por deshacerse en la belleza, de hurgar en el invierno un acantilado donde sólo vive un cormorán y un arrecife corta la línea horizontal del paraíso perdido (“caerán ángeles - anticipaba Milton- ruge la confusión del caos”). Mañana seguirá siendo mañana, apunta en tu cuaderno de bitácora celestial, querido Justo. Anota también que el más árido azote al tiempo es el olvido de todos los aniversarios difuntos,  de todos los natalicios venideros, del hilo mojado del caracol en un arrabal de versos. La edad se arrincona ordenadamente como la leña en la estación del otoño, esperando el conjuro del fuego. Hemos bebido contigo del líquido digital  donde se imanta el devenir cíclico del mundo ante la precariedad del silencio. Desobedecimos junto a Cummings las costumbres de los náufragos, cifrando oraciones noctámbulas en los márgenes de insomnios incendiarios, desbrozando las causas de la ceguera. Abrías los ojos y todo era una tormenta de arena donde cantaban sirenas desde el fondo anárquico de la lógica. Pero siempre regresábamos como dioses arcanos, saciados de sal y polvo de estrellas. Amaneció mañana en el mismo punto donde ha de encontrarse la victoria inmaculada de la memoria. Y en la tuya, que ya es vértigo de luz, esta marea detenida en el más hermoso y crepuscular estío.

(Carta a Justo Mon en el homenaje recibido en Madrid el día 18/10/2.012 en el Bukowski Club. Imagen de Fredy Llerena, "El pez volador")

sábado, 6 de octubre de 2012

TRES TRISTES TRÓPICOS


Mientras escribo en la terraza este texto para Julio, oigo una legión de segadoras y sierras eléctricas. La rama que apunto estuve de tocar ayer ha sido cortada. Luego tres coches recogen las hojas, aún brillantes y tersadas por el sol otoñal y enfilan hacia algún lugar que nadie conoce. Se me antoja un cementerio de árboles como destino.
Vuelvo a las letras y veo al poeta numerando el testimonio del absurdo, desertando en la memoria de la madera, maldiciendo ese lugar de naturaleza muerta como magisterio de la razón. Eternidad tras eternidad y seguiremos cortando la cepa del olivo para el sediento camposanto del recuerdo. No hay nada más amargo que caminar entre las raíces de lo que el hombre destruye sin misericordia a base de cuchillo y cemento.
La voz es un asunto muy íntimo des-privado de emoción hasta que la propia emoción responde a nuestro silencio. La voz como salvoconducto de la escritura. En la oscuridad se dan la mano las mejores glorias o las más tristes pérdidas. El caos otorga a cada alborada una sola respuesta: La verdad es la dentellada en la médula del mundo. El poeta, con pulso muy firme y armado de trópicos, diseccionó por partes las zonas frías de las calientes. Al norte, un silencio suicida en grado infinitesimal. Una habitación deshabitada es un equinoccio de invierno, un deshielo de absurdos en el cénit de la cordura. Que amanezca, implora el poeta…así por siempre se escucha su letanía desde cualquier punto del universo.
En el meridiano, se enfrenta a la melancolía vestido de traje de domingo. Ponerte ojos de paloma, boquita de guinda embalsamada en licor, hechizo de párpados lunares bajo el labio inmóvil del beso. Querer eso. ¿Tan complicado es?. No dice, para eso tu lengua, arrebato carnal que ha de nombrarte amor. Sí, amor. Porque después hay que despertar y saludar a la pobreza en el recibidor, invitarla a un café y dejarla feliz y cantando mientras pasa el polvo a las ceniza nocturna. Sólo las lágrimas sobrevivirán entre las páginas de un libro. Las bellas mujeres, las mujeres bellas odian las guerras pero añoran al primer desertor de la contienda. Las mujeres gestando hijas de soldaditos mansos que levanten templos en los campos de tiro. La niña pregunta al padre cómo completar el puzle que guía la historia del deseo. La paternidad ordena cualquier error del cosmos. Desconfíen de los cometas sin cintas blancas que señale el capítulo donde nos perdimos un día en la ingravidez de la pasión. El sueño, conciencia del alma, nos da la certeza o nos la roba en el último hálito de nuestra sombra. Así es por lo que sueña el poeta.: que amanezca, que amanezca, repite, en la más terrible reverberación de la locura.
Se le volaron los pies tras los grillos en el sur de la noche. Gregorio Samsa, no podía ser de otra manera, hizo buenas migas con él. Le enseñó a dividir vacíos antes de caer de espaldas al suelo sacudiendo sus mil patitas. Luego miró al fondo de la ballena de la boca abierta. Allí sí que había un imperio. Jonás le invitó a entrar y se hundieron las estrellas y sus citas indiscretas. Se las llevó el pájaro a la ventana para su levísima muerte. Quedó el mago, el poeta, el hombre haciendo malabares con la sanguijuela de la ignorancia, el paso patizambo del acróbata, la chica con la falda agitada por el pudor de lo obsceno, el ángel que sostiene el espejo ilusorio de la fragilidad. No despreciéis la sensibilidad de nadie -declaraba Baudelaire-: ahí reside su genio. Y en el futuro, Julio, la luz en el envés de la hojas, antimateria que has de rubricar en la latitud de lo perpetuo. Las mortajas se bordan en la tregua del olvido. Los poetas usan las agujas para tejer epílogos en tierra de nadie. Cae otro árbol. Así es como florecen las palabras.
 
(Texto para la presentación en Madrid del nuevo libro de Julio Obeso "Tres tristes trópicos" y que tuvo lugar en Arrebato Libros el 5 de octubre de 2.012)