Mientras escribo en la terraza este texto para Julio, oigo una
legión de segadoras y sierras eléctricas. La rama que apunto estuve de tocar
ayer ha sido cortada. Luego tres coches recogen las hojas, aún brillantes y
tersadas por el sol otoñal y enfilan hacia algún lugar que nadie conoce. Se me
antoja un cementerio de árboles como destino.
Vuelvo a las letras y veo al poeta numerando el testimonio del
absurdo, desertando en la memoria de la madera, maldiciendo ese lugar de
naturaleza muerta como magisterio de la razón. Eternidad tras eternidad y
seguiremos cortando la cepa del olivo para el sediento camposanto del recuerdo. No hay nada más amargo que caminar entre las raíces de lo que el hombre
destruye sin misericordia a base de cuchillo y cemento.
La voz es un asunto muy íntimo des-privado de emoción hasta
que la propia emoción responde a nuestro silencio. La voz como salvoconducto de
la escritura. En la oscuridad se dan la mano las mejores glorias o las más
tristes pérdidas. El caos otorga a cada alborada una sola respuesta: La verdad
es la dentellada en la médula del mundo. El poeta, con pulso muy firme y armado
de trópicos, diseccionó por partes las zonas frías de las calientes. Al norte, un
silencio suicida en grado infinitesimal. Una habitación deshabitada es un equinoccio
de invierno, un deshielo de absurdos en el cénit de la cordura. Que amanezca, implora
el poeta…así por siempre se escucha su letanía desde cualquier punto del universo.
En el meridiano, se enfrenta a la melancolía vestido de traje
de domingo. Ponerte ojos de paloma, boquita de guinda embalsamada en licor,
hechizo de párpados lunares bajo el labio inmóvil del beso. Querer eso. ¿Tan
complicado es?. No dice, para eso tu lengua, arrebato carnal que ha de nombrarte
amor. Sí, amor. Porque después hay que despertar y saludar a la pobreza en el
recibidor, invitarla a un café y dejarla feliz y cantando mientras pasa el
polvo a las ceniza nocturna. Sólo las lágrimas sobrevivirán entre las páginas
de un libro. Las bellas mujeres, las mujeres bellas odian las guerras pero
añoran al primer desertor de la contienda. Las mujeres gestando hijas de
soldaditos mansos que levanten templos en los campos de tiro. La niña pregunta al
padre cómo completar el puzle que guía la historia del deseo. La paternidad
ordena cualquier error del cosmos. Desconfíen de los cometas sin cintas blancas
que señale el capítulo donde nos perdimos un día en la ingravidez de la pasión.
El sueño, conciencia del alma, nos da la certeza o nos la roba en el último
hálito de nuestra sombra. Así es por lo que sueña el poeta.: que amanezca, que
amanezca, repite, en la más terrible reverberación de la locura.
Se le volaron los pies tras los grillos en el sur de la
noche. Gregorio Samsa, no podía ser de otra manera, hizo buenas migas con él.
Le enseñó a dividir vacíos antes de caer de espaldas al suelo sacudiendo sus
mil patitas. Luego miró al fondo de la ballena de la boca abierta. Allí sí que
había un imperio. Jonás le invitó a entrar y se hundieron las estrellas y sus
citas indiscretas. Se las llevó el pájaro a la ventana para su levísima muerte.
Quedó el mago, el poeta, el hombre haciendo malabares con la sanguijuela de la
ignorancia, el paso patizambo del acróbata, la chica con la falda agitada por
el pudor de lo obsceno, el ángel que sostiene el espejo ilusorio de la
fragilidad. No despreciéis la sensibilidad de nadie -declaraba Baudelaire-: ahí
reside su genio. Y en el futuro, Julio, la luz en el envés de la hojas, antimateria
que has de rubricar en la latitud de lo perpetuo. Las mortajas se bordan en la
tregua del olvido. Los poetas usan las agujas para tejer epílogos en tierra de
nadie. Cae otro árbol. Así es como florecen las palabras.
(Texto para la presentación en Madrid del nuevo libro de Julio Obeso "Tres tristes trópicos" y que tuvo lugar en Arrebato Libros el 5 de octubre de 2.012)