viernes, 23 de marzo de 2012

Cecilia Quílez: AGUA

Cecilia Quílez: AGUA: Yo no sé por qué Mi espíritu amargo De un ala inquieta y loca vuela sobre el mar. Todo lo que me es querido, De un ala de pavor Mi amo...

AGUA


Yo no sé por qué
Mi espíritu amargo
De un ala inquieta y loca vuela sobre el mar.
Todo lo que me es querido,
De un ala de pavor
Mi amor lo cobija a ras de las olas. ¿Por qué?, ¿por qué?

(Paul Verlaine)

A veces los recuerdos muerden envenenando la profecía del alacrán. La cazadora nocturna tensa el arco delirante de la memoria. La tierra se estremece bajo sus pies tatuados en el lenguaje de la henna mientras peina de nácar un soneto en la diana del silencio. Y todo se manifiesta a partir de la revelación del agua, en el arrecife del vértigo donde el azul obsceno te cala hasta los huesos. La fórmula salina es custodiada por el portero de Alejandría. El mar, ya lo deberíamos saber, no tiene quien le guarde. El mar es la prisión sin celdas donde caemos sin red como un peso muerto en la negación del deseo. Ascendemos desde la verdad de la carne y dejamos la caja negra del olvido entre los espíritus náufragos que habitan el abismo inmenso de las palabras jamás pronunciadas. Hay una advertencia universal al miedo en todos sus filos, un dócil mantra que recorre en vena su líquida mordida, ese bálsamo que mata estando vivos mientras más vivos estamos. Pero tú has llegado al corazón de las esponjas exhalando la misericordia del verbo por las branquias con el canto de un juglar ciego. Has ganado de nuevo esta batalla. Estás suspendida en la marea de un llanto sin retorno. En la impenetrable profundidad, yacen los que no comprendieron que no hay final letal en cada verso, que nada muere, que todo pudo ser el sueño de una perla en un bosque de helechos. Fuiste y eres ese océano oscuro donde la luz nocturna reflejaba la fantasía de Andersen, emergiendo a renovarte en las lágrimas de los albatros. Pules el óxido de la sal en la boca de los peces y la fiebre de los titanes de la grandeza que regresan a la gruta saqueada por la nostalgia. Sólo el cíclope pudo dormir sobre la piedra tallada del oráculo asida a tus tobillos. Agua como abrazo universal insobornable al vuelo de los cuervos en su exilio moribundo de lo fatalmente irracional.  A veinte mil leguas de profundidad, está la fuente cristalina donde mana eternamente tu verdad purificada en la estación de la inocencia. Iniciemos el descenso.

(Texto para la presentación de "Pecios sin nombre" de Idoia Arbillaga* en Madrid, Sala Triángulo, 22 de marzo de 2.012)