sábado, 23 de abril de 2011

POESÍA PATENTADA

El hambre hizo al poema y le concedió un final de marinero en alta mar con una bella esquela. A los peces no les debió gustar tal manjar y andaban dando saltos por las olas en busca de otras ondinas más nutrientes. En el fondo -del mar-, son todos unos vendidos (materile, ile, ile...). Así que de vuelta al mismo escenario, con mucha protección lunar y más ganas si caben de un buen postre, decidí que esta vez me lo comería yo misma sin poner ningún reparo a la imagen que sirvió para ese poema. Aún ando haciendo la digestión. Será porque no me gusta el dulce o los cadáveres demasiado exquisitos. O porque nunca me ha gustado que me dejen marcas. Para eso ya están los poemas cosidos como anclas en algunas historias, clavados como arpones en otras.