Estamos toda la soledad y yo. Y la
lluvia que anticipa el otoño más incierto. Qué edad pudo contar tu
furia y la mía. En qué lenguas se anticiparon las manos que ya no tocan las nuestras. La dicha
gotea música en ese canalón que está en el límite de las horas.
Alquimia del verbo en la corta distancia. No suena igual una tormenta
en primavera. La garza quieta. Recuerda la garza quieta. Tan enferma
de piedad y arroz celebrándonos por encima del hambre. Supimos que la madrugada rompería el silencio cuando no hubiera palabras para
instantes como éste. Pero llueve. Llueve sobre nuestra ausencia. Es
fácil quedarse en el azul con una promesa aguantando entre los dientes.
Casi tan insoportable como el miedo a volver a volar. Que nadie ose recordarnos otra vez las hojas muertas.