Decir o cantar a pulmón. Al precipicio no le importa aniquilarnos. Somos un nudo
de lana en el caos original. Hablar, escribir sin pensar porqué. La caída
debe ser automática. Deténganse un segundo en la belleza: nunca toca suelo pero
tampoco se cura con la diálisis de una nube. Eso es importante. Tanto como soñar un hijo
que enumere lo que nunca pudimos hacer nosotros mismos. Escuchen los primeros
balbuceos. Ahí es donde reside lo cierto. Luego olvidamos. El hijo no existe aunque sea el momento exacto para un arrullo. Pero hay
hijos que no nacerán nunca porque olvidan que tienen que nacer. Están a medio
parir entre el destino y la niebla. Les damos de comer, extraemos la leche
desde la disonancia horripilante de la realidad. No decimos hambre, decimos
bebe. Él o ella vocalizan hojarasca, viento, adiós. Ensayan el dédalo de un
futuro sórdido. Vienen coronados de laurel y una máscara natalicia en blanco
carnaval. Así fuimos. No lo recordamos. Pero alguien nos enseñó a callar. Tal vez porque aún no estamos aquí. O porque nadie lo entendería. Ni
falta que hace. Quiero teta. Y otro mundo.
(Fotografía de Valentín Toledo )