viernes, 6 de mayo de 2011

PEZ

Un pez que se come así mismo. Cuando el hambre es súbita no se sabe a quién devorar. Un no entender el cómo, un paraíso de palmeras artificiales que simulan regalar dátiles para saciar lo que llena instantáneamente (creo haber leído en algún sitio que ellos -los supervivientes del desierto- se alimentan bajo mínimos en el hospedaje del oasis cuando la escasez se vuelve ineludible). Pero un pez puede llegar hasta la trampa en un lugar tan inoportuno como un “salvamedios provisional“. Un cebo que parece tan real que hasta inquieta al que pasa por delante con ansia buscando lo que sacie perennemente su no pensar en lo que ha de alimentarle. Un pez ha de estar vivo hasta que alguien con hambre lo devore tan rápido que, so pena de estar ciego, sea consciente de que mastique un ápice de vida más necesaria que la suya propia. Y no se dé cuenta. Y es que un pez solitario en una pecera es el principio, sobre todo, del hambre que se estampa contra el vidrio nítido de la necedad. Aunque llegados a este punto, ya ni sé de lo que estábamos hablando...será porque el pez de la foto no se cree su mar y menos aún, su coral de plástico. Eso sí, hambre tiene. Como todos.