Entro por la puerta trasera del jardín. A mi derecha, un arbusto me revela el sosiego
de cuatro gorriones. Parece un prodigio que estén quietos, que mi presencia no les
haga temblar entre las hojas. Me detengo ante la extrañeza de sus pupilas
detenidas en un horizonte que no puedo alcanzar. Qué puede hacer un pájaro sino
volar dentro de un sueño?. Estiro mi mano para tocarlos. Atravieso un encaje de
niebla. Confunde la araña el hálito de su presa. De repente el frío. La rama es
un precipicio de calma mortal y silenciosa. Serrín de plumas entre los dedos.
Regreso a la hora del café. Alguien llora la tragedia de un salto. Danza ya con
la perversidad de lo efímero. Salgo de casa por la puerta principal. Todo es
silencio.
(A Daniel, in memoriam, que soñó antes de tiempo su primer vuelo)