Regresar de donde no se vive, de
lugares en los que lo incuestionable son playas y estampas de
folletos turísticos con nombres veloces como los cometas. Dejamos
atrás rincones hermosos donde nuestra presencia quiebra el instante
de la historia en una fotografía. Posar con la sonrisa de conejo, la
pupila detenida en la hibernación de los dioses. Mostrar el gran
banquete de lo efímero en la pobreza del tiempo. Uno vuelve a su
pesar, aunque nunca quiso estar de donde parte. El origen del viaje,
es el principio de la fuga de uno mismo. Ver lo que nadie cree haber
visto y que lo constate nuestra huella. Ir sabiendo que se debe
volver. Que todo quede intacto. Llegar de nuevo dejando el estómago
vacío a esos paisajes que alimentamos para nuestro propio ego, tal
vez los mismos donde un día fuimos acariciados por la eternidad. Tal
vez los que nunca nos esperen y donde ya dejamos de existir.
Bienvenidos sean todos. Sólo las piedras entienden las despedidas.