jueves, 23 de mayo de 2013

LIMBIOSIS

 

Decir o cantar a pulmón. Al  precipicio no le importa aniquilarnos. Somos un nudo de lana en el caos original. Hablar, escribir sin pensar porqué. La caída debe ser automática.  Deténganse un segundo en la belleza: nunca toca suelo pero tampoco se cura con la diálisis de una nube.  Eso es importante. Tanto como soñar un hijo que enumere lo que nunca pudimos hacer nosotros mismos. Escuchen los primeros balbuceos. Ahí es donde reside lo cierto. Luego olvidamos. El hijo no existe aunque sea el momento exacto para un arrullo. Pero hay hijos que no nacerán nunca porque olvidan que tienen que nacer. Están a medio parir entre el destino y la niebla. Les damos de comer, extraemos la leche desde la disonancia horripilante de la realidad. No decimos hambre, decimos bebe. Él o ella vocalizan hojarasca, viento, adiós. Ensayan el dédalo de un futuro sórdido. Vienen coronados de laurel y una máscara natalicia en blanco carnaval. Así fuimos. No lo recordamos. Pero alguien nos enseñó a callar. Tal vez porque aún no estamos aquí. O porque  nadie lo entendería. Ni falta que hace. Quiero teta. Y otro mundo.
(Fotografía de Valentín Toledo )