Amaestrar el pulso sobre el papel arrugado del niño que
fuimos en la escuela de los significados. Borrar, alumbrar una y mil veces el
trazo correcto. Letras parodiándose en busca de un sonido aún impronunciable.
Dar a luz a la madre llamándola por su nombre. Querer al padre en el verbo
mimar. Unir el singular con el plural. Anudar el árbol con el hombre, la leche
con la vaca, el miedo con la noche, el fin de un cuento con la felicidad. El
amor con un beso. ¿Cómo se escribe vacío con un triste código de signos?. Y el
dolor ¿cómo se dice?. Y la muerte ¿cómo se dibuja?. Las palabras provocan la
combustión del lenguaje. Arden bajo la ambigüedad contenida del desorden
primigenio de la razón. Para cifrar, reinventar la llama que las haga
desaparecer, habría que convocar una asamblea que vote por unanimidad que todo
lo dicho vale para salvar un solo verso de un poeta.